Artículo de Olena Klimenco.
Master en Ciencias Sociales.
Docente en la Universidad de Medellín, Colombia.
"No hemos repreguntarnos qué
necesita saber
y conocer el hombre para mantener el orden
ocial establecido; sino, ¿qué potencial hay en el
hombre y que puede desarrollarse en él?
Así será posible aportar al orden social nuevas
fuerzas procedentes de las jóvenes generaciones".
Rudolf Steiner
y conocer el hombre para mantener el orden
ocial establecido; sino, ¿qué potencial hay en el
hombre y que puede desarrollarse en él?
Así será posible aportar al orden social nuevas
fuerzas procedentes de las jóvenes generaciones".
Rudolf Steiner
"La creatividad es un bien social,
una decisión
y un reto de futuro. Por ello, formar en
creatividad es apostar por un futuro de progreso,
de justicia, de tolerancia y de convivencia.
Creatividad es hacer algo nuevo para bien de los demás".
Saturnino de la Torre
y un reto de futuro. Por ello, formar en
creatividad es apostar por un futuro de progreso,
de justicia, de tolerancia y de convivencia.
Creatividad es hacer algo nuevo para bien de los demás".
Saturnino de la Torre
Introducción
El siglo XX trajo consigo una
aceleración de los avances en todos los niveles, desde la tecnología, industria,
organización empresarial, los cuales a su vez revelaron la gravedad de
problemáticas que amenazan la humanidad, empezando por la escasez de recursos
energéticos o la inminente amenaza del calentamiento global, y terminando con
problemáticas sociales, como pobreza, deterioro progresivo de valores,
superficialidad de la filosofía consumista, etc. Este siglo parece ser de
cambios inevitables, de decisiones responsables, que no pueden ser postergados,
porque ya no hay tiempo para esperar.
Lo anterior se contextualiza en el
momento actual histórico de la humanidad atravesado por el paradigma de
complejidad, que requiere de los cambios fundamentales en el pensar, actuar y
ser de las personas, proceso en el cual la educación, orientada por la búsqueda
de nuevos modelos pedagógicos, ocupa un lugar esencial. Estos modelos
pedagógicos, conscientes de la importancia de la capacidad creativa como una
premisa necesaria que lleva al ser humano a reflexionar sobre su saber, sobre el
concepto de l a realidad que se le enseña, y sobre la propia responsabilidad en
cuanto un creador activo de aquella, tanto física, como social, permiten
"diseñar nuestro futuro común, en el marco de lo que se denomina
especie-planeta y humana cognitio, dentro del cual la educación
desempeña un papel fundamental, porque los nombres que asignamos a las cosas
están agotados y porque todo debe ser renombrado a la luz de los nuevos
conocimientos y los nuevos desafíos" (Domingo Motta, 2008).
Estos cambios deben ser asumidos por
toda la sociedad entera, ya no son suficientes solo unos pocos comprometidos. En
este panorama, la creatividad emerge como una fuerza constituyente para el
cambio social, permitiendo a todos los ciudadanos participar activamente en la
construcción de alternativas desde todos los ámbitos.
"Si el siglo XIX fue el siglo de
industrialización y el siglo XX el siglo de los avances científicos y de la
sociedad del conocimiento, el siglo XXI está llamado a ser el siglo de la
creatividad, no por conveniencia de unos cuantos, sino por exigencia de
encontrar ideas y soluciones nuevas a los muchos problemas que se plantean en
una sociedad de cambios acelerados, adversidades y violencia social" (Saturnino
de la Torre, 2006, pág. 12).
En este orden de ideas, la educación
aparece como protagonista de la transformación social, permitiendo fomentar la
capacidad creativa de los estudiantes en todos los niveles educativos, elevando
de esta manera la creatividad al nivel del valor social, convirtiéndola en un
reto creativo para todos.
Esta empresa requiere a su vez de la
elaboración de nuevas concepciones frente a los propósitos for-mativos, nuevas
metodologías, estrategias pedagógicas y didácticas, al igual como de un
compromiso de docentes, estudiantes e instituciones con la calidad de los
procesos de enseñanza-aprendizaje.
Creatividad, un reto para la
educación del siglo XXI
Basta solo una somera mirada al
estado de las cosas en la sociedad contemporánea para poder darse cuenta de que
esta está bastante lejos de ser justa, equilibrada y feliz. La preocupación
general de las personas comprometidas con el desarrollo social apunta a las
colosales problemáticas de pobreza, condiciones infrahumanas de vida, índices de
muerte infantil por desnutrición, etc., que azotan a muchos países, aun hoy, en
pleno siglo XXI, con todo el progreso tecnológico, científico y
económico.
Es más que obvio que la clave del
éxito de la humanidad no está en el progreso económico: la gente que muere de
hambre hoy en día no es por la falta de recursos económicos al nivel mundial,
sino por la falta del desarrollo de la conciencia ecológica y solidaria, que
lleva a perpetuar y aumentar cada vez más la desigualdad en condiciones
económicas entre personas y países. Incluso toda la humanidad está, en estos
momentos, en el camino directo hacia su propia destrucción debido a los efectos
del calentamiento global, que están en marcha acelerante y ya no son
reversibles.
Aunque el ser humano posee una
asombrosa habilidad de autoengaño mediante la atribución causal a los
acontecimientos externos o ajenos a su voluntad, ya no puede seguir
utilizándola, porque en la época de la física subatómica sabemos que solo el
observador, o sea cada uno de nosotros, es responsable de la realidad en la cual
vive. El destronamiento del paradigma de objetividad imperante en la época
moderna enfrenta al ser humano con la ineludible toma de responsabilidad, tanto
frente a su propia vida como frente a las problemáticas sociales y ambientales
al nivel mundial. El asunto del futuro de la humanidad y del planeta ya dejó de
ser exclusivo de gobiernos u organizaciones mundiales, y paso a ser de todos y
cada uno.
En épocas pasadas, cuando una
sociedad se encontraba en crisis o necesitaba un empujón para salir del
estancamiento, dirigía su atención y recursos al fomento de la creatividad.
Podemos ver algunos ejemplos en la Grecia antigua, Florencia del siglo XV, París
del siglo XIX. La crisis de la sociedad contemporánea es quizás mayor que nunca
en la historia de la humanidad, porque no solamente abarca la esfera personal
(pérdida de valores, vacío existencial, angustia aniquiladora frente al
abrumador peso económico, estrés crónico, pérdida del sentido de vida, etc.) y
la social (desintegración familiar, creciente ola de adicciones, marginación,
desplazamiento, avasalladora cultura del consumo desenfrenado, aumento de la
brecha abismal entre clases sociales, etc.), sino también la esfera del hábitat
humano - el planeta entero (destrucción de los recursos naturales y de la vida
en general).
Esta clase de crisis requiere de
cambios radicales que impliquen la participación de todos, basada en la toma de
conciencia sobre el verdadero estado de las cosas. El concepto del desarrollo
económico tiene que ser cambiado por el del desarrollo humano. Las altas
estadísticas de diversas problemáticas en la salud mental de las personas, sobre
todo en los países más desarrollados económicamente, permiten ver que el
progreso económico no garantiza directamente el bienestar psicológico o
existencial. Al contrario, mientras más se infa le dimensión del tener en
el ser humano, más vulnerable y desatendida se encuentra su dimensión del
ser.
En este panorama, suficientemente
desalentador, la creatividad adquiere una significancia y un protagonismo mucho
mayor que en las épocas pasadas. Esta es el fenómeno que, aunque no llevará a la
humanidad a la solución completa de sus problemáticas urgentes, puede
proporcionar un gran soporte a las nuevas alternativas y propuestas dirigidas a
introducir distintas direcciones en el desarrollo social, basadas en la
conservación de recursos naturales, protección del medio ambiente y satisfacción
de necesidades humanas fundamentales, que surgen como una alternativa a la
presente crisis y desacreditación de tendencias del crecimiento económico
irresponsable.
Propuestas como el desarrollo
sostenible de las comunidades, utilización de energías limpias y renovables, el
enfoque de la ecología humana, el desarrollo a escala humana1, recalcan el protagonismo real de las personas en la
creación y construcción de los ambientes locales y formas de sostenimiento
económico, permitiendo de esta manera la transformación de personas -objetos del
desarrollo económico- en sujetos, conscientes y responsables, protagonistas de
los cambios inevitables.
Desde esta perspectiva, la dimensión
del ser adquiere la predominancia frente a la dimensión del tener,
fomentada hasta ahora por la sociedad capitalista, y a su vez deviene al primer
plano la satisfacción de las necesidades fundamentales del ser humano, que son
necesidad de permanencia, de protección, de afecto o amor, de participación, de
ocio, de creación, de identidad y de libertad (Manfred Max-Neef, 1994). La
atención a estas necesidades fundamentales, que no son posibles de satisfacer
mediante la acumulación material o recompensas económicas, cambia la concepción
sobre el desarrollo social en su fundamento, haciendo el giro desde la
orientación del desarrollo de los objetos (progreso industrial y tecnológico) al
de las personas.
En este orden de ideas, la
creatividad adquiere doble importancia y significado: como un valor cultural que
permite generar soluciones eficaces para las problemáticas contemporáneas y como
una necesidad fundamental del ser humano, cuya satisfacción permite alcanzar una
mayor calidad de vida.
A la luz de estos planteamientos,
Saturnino de la Torre apunta a cuestiones cardinales en las metas del desarrollo
social cuando afirma que "La creatividad es un bien social, una decisión y un
reto de futuro. Por ello, formar en creatividad es apostar por un futuro de
progreso, de justicia, de tolerancia y de convivencia" (Saturnino de la Torre,
2006, pág. 137).
El momento actual en el desarrollo
evolutivo de la humanidad representa un quiebre importante en su capacidad
metacognitiva para darse cuenta de su propia percepción de la realidad, que
implica a su vez el enfrentamiento con la responsabilidad propia como creadores
y cocreadores de todo tipo de realidades.
En este orden de ideas, la educación
no puede estar ajena a las tendencias actuales en las ciencias como la física
cuántica, biología molecular, neu-rofsiología, biofísica, etc., que permiten no
solo cuestionar lo conocido hasta hora, sino también enfrentar la incertidumbre
de lo desconocido y deshacerse de la arrogancia del saber.
Respondiendo a las necesidades
urgentes de la sociedad contemporánea, Unesco creó un Comité de Educación para
una Sociedad Compleja, con sede en el Centro Unesco de Madrid, cuya función
principal se orienta a "la evaluación de la importancia y trascendencia del
complejo proceso social que vivimos, con el ánimo de colaborar con todos los que
coinciden en este campo de inquietud en el diseño de un nuevo modelo pedagógico
que responda a las necesidades de una formación permanente, para una realidad
que se despliega cada día con mayor complejidad" (Centro Unesco de Madrid,
2008).
En el marco del Primer Ciclo de
Complejidad y Modelo Pedagógico, organizado por el comité mencionado, cuya
duración se extiende desde el inicio del año 2008 hasta abril del 2009, se
realiza una discusión al nivel internacional sobre las problemáticas más
relevantes en relación con el estado de la educación y su correspondencia a las
exigencias de la época histórica que atraviesa la humanidad. En este orden de
ideas, la creatividad como un elemento indispensable de la educación ha estado
presente en los desarrollos de muchos autores que han presentado sus reflexiones
en el marco de este debate: "La acción educativa de hoy requiere el diseño de un
modelo de trabajo que favorezca la apertura, el estado de alerta, la capacidad
permanente de sorprenderse y el espíritu de juego" (Montes-deoca,
2008).
El desarrollo de la capacidad
creativa que se basa en las habilidades como un pensamiento reflexivo, flexible,
divergente, solución independiente y autónoma de problemas, habilidad de
indagación y problematización, etc., permite precisamente apuntar a los
propósitos formativos que corresponden a las exigencias de una sociedad
atravesada por el paradigma de la complejidad.
Y para lograr este fin es preciso
preguntarse por las características del modelo pedagógico que puede respaldar y
orientar este proceso formativo, permitiendo materializarlo en las prácticas de
enseñanza contextualizada. La educación es al mismo tiempo un producto y una
herramienta del proceso histó-rico-evolutivo de la humanidad, y en este orden de
ideas exige una constante reflexión y teorización permitiendo a la vez su
retorno y efecto trasforma-dor en el ser humano, donde "educadores necesitan
asumir el protagonismo que tienen en la definición de un nuevo modelo pedagógico
que responda al verdadero objeto y sujeto de la educación. En nuestras manos
está el lograr que la educación no sea instrumentalizada por objetivos ajenos a
ella y a sus receptores" (Montesdeoca, 2008).
Lógicamente, el mayor peso y la
principal responsabilidad en esta tarea de formación de nuevas generaciones en
valores y actitudes creativas, responsables y conscientes de las consecuencias
de sus acciones, recae en la educación, como protagonista de los cambios
sociales. Las necesidades reales del desarrollo social enuncian el reto de
formular políticas, objetivos y estrategias concretas para poder reducir los
espacios latentes que existen todavía entre la educación y las demandas de la
sociedad, como expresó Jaime Niño Díez, Ministro de Educación Nacional, en su
mensaje que acompañó a los Lineamientos Curriculares del Ministerio de Educación
Nacional:
"Hoy en día es necesaria una visión
nueva de la educación, capaz de hacer realidad las posibilidades intelectuales,
espirituales, afectivas, éticas y estéticas de los colombianos, que garantice el
progreso de su condición humana, que promueva un nuevo tipo de hombre consciente
y capaz de ejercer el derecho al desarrollo justo y equitativo, que inte-ractúe
en convivencia con sus semejantes y con el mundo y que participe activamente en
la preservación de los recursos" (Jaime Niño Díez, 1997).
La comunidad educativa al nivel
nacional reconoce, desde hace un tiempo, la importancia de la creatividad y la
necesidad de trabajar en la imple-mentación de políticas y estrategias concretas
para su fomento. Es indiscutible que la atención al asunto de la creatividad
debe transversalizar todos los niveles de la educación, desde el preescolar
hasta la universidad, siendo todas las etapas evolutivas importantes y
contribuyentes al fomento de esta. El cumplimiento del objetivo dirigido a
fomentar una educación en pro de la creatividad requiere de una elaboración de
pautas y estrategias metodológicas específicas, cuya opera-cionalización depende
a su vez de una sólida concep-tualización en torno al concepto de la
creatividad.
Conceptualización de la
creatividad
Es necesario precisar que el concepto
de creatividad es bastante amplio y complejo, porque abarca varias dimensiones
del desarrollo y desempeño del ser humano, al igual como diversos aspectos de su
relación con el ambiente.
En primer lugar es importante
resaltar que existen dos maneras de concebir la creatividad: como una
H-creatividad o creatividad al nivel social, entendida como una contribución a
los campos simbólicos de la cultura, y una P-creatividad o creatividad al nivel
personal, como un logro personal en cualquier ámbito del desempeño. La teoría de
Torrance (1998) sobre los distintos niveles de manifestación de creatividad
representa una interesante visión integradora de estas dos concepciones
polarizadas. Según el autor, la creatividad puede expresarse en distintos
niveles, que son: expresivo, productivo, inventivo, innovador, emergente
(Torrance, 1998).
En segundo lugar, se puede distinguir
que en toda la gran cantidad de la literatura dedicada al tema de la creatividad
se encuentran los desarrollos dedicados a distintos aspectos o componentes de
esta, tales como proceso, persona, producto y ambiente.
Generalmente, muchos de los autores
combinan estos aspectos en sus conceptualizaciones de la creatividad, porque
realmente la división entre ellos es artificial y se hace con fines académicos
de definición conceptual. En la vida real estos aspectos son continuos e
interdependientes: el producto contiene el resultado de un proceso, el proceso
nace en las capacidades y características de una persona, y la manifestación y
desarrollo de estos últimos depende de las particularidades del ambiente en el
cual está sumergida la persona. Todos los cuatro elementos constitutivos
representan un continuo proceso de interrelación dialéctica que se realiza
durante toda la vida del individuo.
Un análisis cauteloso de los
principales autores, expertos en el tema, muestra que todos ellos se inclinan a
favor del concepto de la creatividad como un fenómeno que puede ser generado,
alimentado y reproducido al nivel social, mediante un diseño especial de
ambientes favorables y estimulantes, tanto para el desarrollo de las
características y capacidades creativas de las personas, como para la
manifestación de estas, bien sea mediante un proceso o un producto creativo
(González, 1994; Martínez, 1998; Mitjan, 1997; Betancourt, 2007; Chibas,
2001).
El consenso de muchos autores frente
a la posibilidad real de convertir la creatividad en un objetivo indispensable,
tanto para la educación como para la vida social en sus distintas facetas,
permite conquistar una visión optimista frente a los horizontes del desarrollo
social y humano, donde la creatividad se convertirá en un valor cultural
imprescindible para la evolución de la humanidad. Para consecución de este fin
es necesario desmitificar el concepto de la creatividad, que infortunadamente
todavía goza de esta errónea atribución. Al igual que en las épocas del pasado
remoto, una persona que sabía leer y escribir se consideraba como alguien
excepcional, todavía en nuestra época las personas creativas son consideradas, a
menudo, como alguien extraordinario.
La desmitificación de la creatividad
permite contribuir a una actitud proactiva frente a la misma. Si la creatividad
es representada como algo misterioso, un don o una característica exclusiva solo
de unas pocas personas que cuentan con alguna predisposición especial, la gran
mayoría puede asumir la actitud de no aspirar a logros creativos o
significativos, tanto en un campo determinado como en sus propias vidas. Pero si
la creatividad es concebida como un logro basado en las habilidades ordinarias
que todos comparten, y que se alcanza gradualmente mediante adquisición de un
nivel cada vez mayor de experticia por medio de la práctica y el esfuerzo
constante, es posible que la mayor cantidad de las personas podrán aspirar a
lograr un buen grado de creatividad personal y tal vez histórica
también.
Los estudiosos de la creatividad
como, por ejemplo, Margaret A. Boden (1994), Sternberg (1997), Aníbal Puente
Ferreras (1999), Mihaly Csikzentmihalyi (1998), Manuela Romo (1997), Saturnino
de la Torre (2003), América González (1994), Marta Martínez Llantada (1998),
Albertina Mitjans Martínez (1997), etc., plantean que el proceso de la
creatividad se basa en los procesos de pensamiento y habilidades ordinarias,
comunes a todas las personas, y que una definición de la creatividad basada en
la descripción de tipos de procesos de pensamiento y estructuras mentales
involucrados en esta permite llegar a controlar la paradoja implícita en las
definiciones de la creatividad como algo misterioso.
Por ejemplo, Sternberg (citado por
Aníbal Puente Ferreras, 1999), afirma que la resolución de las tareas que
requieren de creatividad se basa en las operaciones semejantes a los procesos
ordinarios cognitivos. Pero además de los procesos cogni-tivos, es necesario
contar con los componentes metacognitivo y de autorregulación, incluyendo la
autorregulación emocional y motivacional.
Desde la posición de Margaret A.
Boden (1994), la creatividad no requiere de un poder específico, sino que
representa un aspecto de la inteligencia en general y a su vez involucra muchas
capacidades humanas ordinarias, al igual como exige de un conocimiento experto y
requiere de un desarrollo habilidoso de un gran número de destrezas psicológicas
cotidianas, tales como observar, recordar y reconocer, cada una de las cuales
involucra a su vez procesos interpretativos sutiles y estructuras mentales
complejas.
Según David Perkins (citado por
Margaret A. Boden, 1994), la creatividad se basa en capacidades psicológicas
universalmente compartidas, tales como la percepción, la memoria y la capacidad
de advertir cosas interesantes y reconocer analogías. Además, una persona
creativa no posee ningún poder especial, sino un mayor conocimiento o
experticidad y una fuerte y prolongada motivación de adquirirlo y
usarlo.
Todos estos elementos muestran que la
creatividad es el resultado de un nivel de experticia que se adquiere con
persistencia y esfuerzo durante un tiempo considerable.
Margaret A. Boden (1994) propone una
interesante visión sobre la creatividad apoyándose en los conceptos de la
inteligencia artificial y los principios computacionales, generando una
perspectiva atrayente sobre la definición de la creatividad humana. Los
programas que producen dibujos, versos, que juegan ajedrez, establecen diálogos,
realizan diagnósticos o resuelven problemas científicos (algunos tienen
publicaciones) nos remiten a un estudio detallado sobre los procesos mentales
del ser humano, siendo estos últimos una base para la creación. Resumiendo los
planteamientos de la autora, es posible precisar algunas características que
permiten acercarse al entendimiento de los procesos involucrados en la
creatividad:
1. La creatividad requiere de una
gran riqueza de los dominios conceptuales que pueden ser explorados durante el
proceso creativo.
2. Precisa del manejo de algoritmos
(procedimientos fjos de pensamiento que llevan a un resultado predeterminado) y
de una variedad importante de las heurísticas (modos de pensar, hacer o actuar
que poseen una mayor flexibilidad y permiten encontrar mayor probabilidad de
solución).
3. Al igual como requiere de las
heurísticas de mayor nivel que permiten administrar las del menor
(autodireccionamiento).
4. La creatividad depende de la toma
de conciencia o de las habilidades metacogniti-vas consistentes en la
construcción de las descripciones explicitas (capacidad de explorar y
cartografar la propia mente) y de las habilidades implícitas (aprendizaje
automático) con el fin de lograr una flexibili-dad controlada en el
desempeño.
5. Requiere del manejo de variados
modos de representación (libretos, marcos y redes semánticas), que permiten
acceder a niveles superiores de la representación analógica.
6. Implica el manejo de la capacidad
de tomar conciencia sobre propias representaciones, con el fin de darse cuenta
cuándo una de ellas o una heurística congelada bloquea el proceso
creativo.
7. Y finalmente requiere del tiempo
necesario y un esfuerzo enorme para reunir las estructuras mentales y explorar
su potencial.
Otra autora, Manuela Romo (1997),
define la creatividad de la siguiente manera: "La creatividad es una forma de
pensar que lleva implícita siempre una querencia por algo, sea la música, la
poesía o las matemáticas. Que se nutre de un sólido e indeleble amor al trabajo:
una motivación intrínseca que sustenta el trabajo exte-nuador, la perseverancia
ante el fracaso, la independencia de juicio y hasta el desprecio a las
tentaciones veleidosas del triunfo cuando llega" (Romo, 1997, pág.
13).
En el mismo texto, ella igualmente
considera que uno de los objetivos del estudio científico de la creatividad
consiste en desmitificar la idea del genio creador. Para ella la creatividad se
basa en los procesos de pensamiento ordinarios, solo que desarrollados al
máximo. Al mismo tiempo, esta no opera en el vacío, es necesario un gran
conocimiento del campo y amplias destrezas de un dominio determinado. Además, se
resalta la participación de la esfera motivacional-volitiva, siendo
indispensables en la realización del proceso creativo una gran motivación
intrínseca, tenacidad, que, a veces, raya con fanatismo, y una dedicación casi
exclusiva al tema del trabajo elegido. Según la autora, el producto creativo
exige una cantidad muy grande de decisiones, de evaluación y de un trabajo
prolongado, lo cual llega a requerir por lo menos diez años de experiencia y
arduo trabajo para lograr alcanzar los resultados al nivel del producto
creativo.
Al igual que otros autores, Manuela
Romo apunta a la metacognición como componente fundamental en el proceso
creador, a la par con un interés genuino y fuerte por un campo determinado, una
actitud de independencia intelectual, autonomía, confanza en sí mismo y elevado
nivel de aspiraciones. Esta autora adjudica una gran importancia a la edad
infantil como en la que nacen estas características específicas que distinguen a
las personalidades creativas, como pasión, inagotable interés, curiosidad
intelectual, perseverancia y convicción.
Otro de los autores, Mihaly
Csikzentmihalyi (1998), estudioso del fenómeno de la creatividad, en su
investigación de casi 30 años dedicada a indagar por cómo viven y trabajan las
personas creativas, plantea una concepción sistémica de la creatividad,
incluyendo la dimensión de la persona, ámbito y campo cultural, afirmando que
esta no se produce en la cabeza de las personas, sino en la interacción entre
los pensamientos ellas y un contexto sociocultural. Aunque existen ciertas
características distintivas de las personas creativas, el autor finalmente
acepta que el trabajo persistente y dedicado, la concentración y dedicación al
objetivo elegido, la perseverancia y fuerza de voluntad componen el 99% de la
transpiración que contribuye al éxito creativo.
El autor enfatiza en la importancia
de los ambientes estimulantes, tanto desde el nivel de macroentorno (contexto
social, cultural e institucional) como desde el nivel del microentorno (ambiente
inmediato), que permiten el desarrollo y la manifestación de características
creativas. Aunque al igual que Manuela Romo, este autor se concentra en la
H-creatividad, ambos toman en cuenta la importancia de la edad infantil como en
donde se siembran las semillas de la futura manifestación de la creatividad al
nivel cultural.
Para Saturnino de la Torre (2003), la
creatividad ocupa un lugar muy importante no solo desde el punto de vista de la
realización personal sino desde el punto de vista del desarrollo social en
general. El autor plantea que la creatividad es un bien social y del futuro que
debe transversalizar todo el tejido social, desde la persona con su
comportamiento cotidiano hasta los grupos formados por diferentes
organizaciones, terminando como expresión de un valor social orientador para las
políticas públicas educativas. El autor afirma que "en el tercer milenio, la
mayor riqueza de los pueblos no residirá ya en los bienes procedentes del campo
ni de la transformación tecnológica de los mismos, sino en las personas, en la
capacidad creativa de los trabajadores" (Saturnino de la Torre, 2003, pág.
130).
Las conceptualizaciones en torno a la
creatividad, desarrolladas por los autores mencionados y por muchos otros,
permiten trazar algunas pautas orientadoras frente al proceso educativo cuyo
objetivo se concentra en el fomento de aquella en todos sus aspectos o
componentes, desde la persona, producto, proceso y ambiente.
Es importante subrayar que la
creatividad como norte orientador debe permear la educación desde todos los
niveles: legislativo, institucional, administrativo, docente. Al mismo tiempo,
el diálogo de la escuela con la sociedad tiene que permitir el surgimiento del
aprecio de la creatividad como un valor cultural, necesario no solo en la
academia y ciencia o arte, sino en la vida cotidiana de cada ser
humano.
Retomando a Robert Sternberg y Todd
Lubart (1997), quienes en su análisis del fenómeno de la creatividad apuntan a
la crítica de la sociedad contemporánea como una sociedad conformista, que no
acepta de buena gana las cosas nuevas que rompen con la rutina acostumbrada o
con los modos de proceder y pensar establecidos, es posible afirmar que este
fenómeno se observa en todos los ámbitos, tanto organizacional como educativo.
La principal crítica que realizan los autores a la educación está dirigida a
denunciar la resistencia muy difundida en el ámbito educativo frente a las
manifestaciones de la conducta creativa y tendencia a valorar las muestras del
pensamiento convergente, al igual que un apego excesivo a las mediciones de
inteligencia.
Considerando las conceptualizaciones
sobre la creatividad mencionadas anteriormente, se puede afirmar que la
educación juega un papel cardinal en el fomento de la P-creatividad, la cual
puede nombrarse como la capacidad creativa personal.
Esta última es un concepto que se
refere a la dimensión personal, y abarca la determinación y estudio de los
procesos psicológicos, tanto desde su estructura como su génesis, que permiten
al ser humano realizar un proceso creativo que culmina en la producción de algo
novedoso, útil y original, tanto desde el punto de vista personal como cultural,
dependiendo del grado del desarrollo de su capacidad creativa. El abordaje de la
capacidad creativa es posible desde la psicología y pedagogía, proyectando su
finalidad al servicio de la educación.
En cambio el concepto de la
H-creatividad es un constructo más amplio, concebido como un fenómeno
socio-histórico-cultural, que incluye en sí no solamente la dimensión personal,
sino también la dimensión social, representada por una sociedad donde está
inmerso el individuo, concebida en sus ambientes desde el nivel micro
(relaciones sociales inmediatas, condiciones de vida, etc.) hasta el nivel macro
(la filosofía predominante, los valores imperantes, etc.), al igual que la
dimensión cultural con su contenido de campos de conocimiento desarrollados
históricamente, ámbitos de ejercicio profesional y la dimensión histórica, que
representa condiciones especiales desde el punto de vista de la etapa evolutiva
de una sociedad o de la humanidad en general. El estudio de la creatividad
concebida desde este punto de vista implica un abordaje
interdisciplinario.
A su vez, es necesario puntualizar
áreas de formación que corresponden a tres dimensiones constitutivas de la
capacidad creativa. Estas emergen de una síntesis de varias conceptualizaciones
sobre la creatividad, permitiendo detectar de esta manera los elementos comunes,
y se referen a: dimensión de procesos cognitivos y metacognitivos, dimensión
afectivo-motivacional y dimensión instrumental o de conocimientos y destrezas
concretas.
Como se presentó anteriormente,
muchos autores (Boden, 1994; Sternberg, 1997; Puente Ferreras, 1999;
Csikzentmihalyi, 1998; Romo, 1997; Saturnino de la Torre, 2003; González, 1994;
Martínez, 1998; Mitjans, 1997), refiriéndose a una enseñanza creativa, hablan
sobre el desarrollo de las habilidades cognitivas y su importancia para el
fomento de la creatividad: "Una enseñanza creativa busca desarrollar al máximo
las capacidades y habilidades cognitivas de cada sujeto. El dominio o
asimilación de contenidos no conduce necesariamente a mejorar la creatividad,
pero sí el desarrollo de habilidades, como observar, sintetizar, relacionar,
inferir, interrogar, imaginar, dramatizar, etc. Si la actividad creativa no es
el mero resultado de aplicar la imaginación, sino que en ella concurren todas
nuestras capacidades y habilidades mentales, el desarrollo de estas contribuirá
sin duda al crecimiento del potencial creativo" (Saturnino de la Torre, 2003,
pág. 206). Al mismo tiempo, varios autores (Sternberg & Lubart, 1997;
Martínez, 1998; Mitjans, 1997) anotan la importancia del manejo de las
habilidades metacognitivas para la creatividad. Otro de los ámbitos importantes de
dominio personal para la capacidad creativa es la esfera afectiva, volitiva y
motivacional.
Algunas reflexiones en cuanto a
las orientaciones pedagógicas y metodológicas dirigidas a fomentar el desarrollo
de la capacidad creativa en los estudiantes
Pensar en el asunto del desarrollo de
la capacidad creativa dentro del proceso educativo requiere definir, en primer
lugar, algunas orientaciones comunes a todos los niveles educativos, y solo
después puntualizar las orientaciones y objetivos propios de cada uno de estos
niveles, como preescolar, primaria, bachillerato o formación universitaria.
Estos objetivos, a su vez, se realizan mediante metas propias de cada nivel,
curso, materia, etc. Al igual como al interior del mismo proceso educativo, los
objetivos dirigidos a fomentar la creatividad deben estar refejados en todas sus
etapas y componentes, como: planeación de contenidos, de estrategias mediadoras,
ambientes educativos, en la interacción dentro del aula de clase, en el proceso
de evaluación, etc.
El asunto de la formación docente en
creatividad adquiere una importancia primordial. Saturnino de la Torre (2003)
plantea la formación docente en creatividad y apunta que esta se refeja en la
metodología utilizada: "La creatividad docente se manifesta en la propuesta de
objetivos didácticos, en las actividades de aprendizaje, en la evaluación, pero
sobre todo en la metodología utilizada" (Saturnino de la Torre, 2003, Pág.
162).
Precisamente, la metodología
utilizada por los docentes constituye el asunto clave en la orientación del
proceso educativo hacia la creatividad. Las mismas dimensiones constituyentes de
capacidad creativa, descritas anteriormente, pueden perfectamente ser partícipes
de las estrategias pedagógicas y didácticas y no fomentar la capacidad
creativa.
La cuestión de la metodología de la
enseñanza creativa, plasmada en las estrategias pedagógicas y didácticas
especialmente organizadas y dirigidas a fomentar la creatividad, remite al
asunto de la relación entre la enseñanza y el desarrollo.
Como se anotó, la creatividad implica
el desarrollo de muchas habilidades cognitivas y meta-cognitivas, destrezas,
conocimientos, orientaciones motivacionales, actitudes emocionales,
características personales, etc. La formación de este gran abanico de cosas no
solo requiere de la continuidad de las influencias educativas a través de los
niveles consecutivos, sino que implica también una enseñanza
desarrollante.
La enseñanza desarrollante es
aquella que produce e impulsa el desarrollo, fomentando y estimulando en los
estudiantes la formación de ciertas capacidades y habilidades (Talizina, 1988).
Sobre este tipo de enseñanza, que se adelanta al desarrollo, que crea las
condiciones necesarias para que se produzca el desarrollo psíquico, nos habla
precisamente la teoría histórico-cultural. Esta orientación teórica plantea la
tesis sobre la unidad de la psiquis y de la actividad práctica externa (Puzirei,
1989). Se considera que en la base del desarrollo de la psiquis del hombre se
encuentra el de sus actividades prácticas. La mediatización como particularidad
de la actividad práctica de los hombres conduce a los correspondientes cambios
en la psiquis, que también se vuelve mediatizada. La utilización de los
instrumentos-signos ofrece al hombre la posibilidad de dominar su conducta,
dirigir sus procesos psíquicos, que de inferiores, naturales, no mediatizados y
arbitrarios, se convierten en superiores, sociales, mediatizados y
voluntarios.
Al mismo tiempo, lo psíquico también
se concibe como una actividad que cuenta con la misma estructura y leyes de la
actividad externa, práctica. En este aspecto es perfectamente posible hablar
sobre una actividad psíquica creadora, que representa el principio creativo de
la psiquis humana y consiste no en la reproducción o recombinación mecánica de
elementos de las experiencias pasadas, sino en la genuina creación de otros
diferentes, ideas o imágenes nuevas, no existentes previamente.
Este principio de la unidad de la
psiquis y de la actividad externa señala a la enseñanza la vía para la formación
de la actividad psíquica interna, formación que produce realmente el desarrollo
mental del niño. Para dominar su conducta y dirigir su psi-quis, el hombre se
apoya, al principio, en los objetos exteriores y, solo después, sobre la base de
la media-tización exterior, adquiere la capacidad de hacerlo mentalmente, al
basarse en las ideas internas que son ahora elementos de la actividad
psíquica.
En correspondencia con esta tesis, la
actividad psíquica se forma no simplemente en el proceso de la actividad
práctica, sino de ella. El enfoque de la actividad psíquica como
secundaria, como la externa transformada, exige que cualquier nuevo tipo de
actividad cognitiva sea introducido en el proceso de estudio en su forma
externa, como actividad material. Si se enfrenta al objetivo de desarrollar la
capacidad creativa en estudiantes 2, es
necesario tener en cuenta este principio de la unidad de la actividad psíquica
interna y de la actividad práctica externa, en este caso, la actividad de
estudio.
El enfoque del carácter activo de la
psiquis del ser humano permite comprender el estudio y el aprendizaje como una
actividad y como un proceso verdaderamente activo por parte del alumno. El
alumno no interviene como un organismo que reacciona pasivamente al estímulo,
subordinándose a la lógica del reforzamiento, sino que va al encuentro del
objeto de la acción, investigándolo tanto a él como a las condiciones en las que
está dado.
La actividad de estudio reproductora,
que se limita a una observación pasiva, el copiado, la reproducción repetitiva
de destrezas y memorización mecánica, aunque cuenta con las tres dimensiones
constitutivas, nombradas anteriormente, y permite al niño adquirir cierto nivel
de destrezas y hábitos, no favorece verdaderamente el desarrollo mental de
aquel, porque no produce ni amplía la zona del desarrollo próximo, ni tampoco
crea premisas para el fomento de la capacidad creativa. La actividad
reproductora refuerza los aspectos que se encuentran en la periferia del
desarrollo mental del niño (Rubinstein, 1978), porque se trata precisamente de
las destrezas y hábitos o contenidos de conocimientos asimilados de una manera
mecánica, no significativa, y que representan a menudo un bagaje inerte, sin la
posibilidad de trasferencia a otros contextos.
En este sentido, la actividad
creadora como una estrategia didáctica para el desarrollo del principio creativo
de la actividad psíquica permite establecer premisas para la construcción de una
educación cuyo objetivo constituye el fomento de la creatividad. Este tipo de
actividad es el que permite precisamente apuntar al núcleo del desarrollo mental
(Rubinstein, 1978), donde están los procesos cognitivos y metacognitivos,
procesos que permiten obtener, además del aprendizaje, un verdadero desarrollo
de las estructuras psíquicas del estudiante. Al mismo tiempo, las
características específicas de esta actividad creadora, tales como, por ejemplo,
el diseño de la base orientadora de las acciones de exploración, reflexión
guiada y la creación propiamente orientada, permiten apuntar al desarrollo de
una configuración de las habilidades cognitivas y las características de la
esfera afectivo-motivacional, necesaria para el fomento de la capacidad
creativa.
Refriéndose a la actividad creadora
de los estudiantes, es imprescindible dirigir la atención a la insuficiencia de
las estrategias pedagógicas que solo permiten su espontánea expresión. Estas
estrategias cuentan solo con el nivel actual del desarrollo que posee el niño,
porque permiten la expresión de las tendencias ya formadas. Solo el empleo de
las estrategias didácticas que se orientan a la zona del desarrollo próximo, al
día de mañana del desarrollo de la actividad creadora, permiten producir un
efecto desarrollante. Las estrategias que estimulan al estudiante a esforzarse y
aprender nuevas formas y maneras de explorar, reflexionar y crear son las que
permiten no solo fomentar las tendencias que se encuentran en formación, sino
también desarrollar, mediante la vía de interiorización de la actividad externa
creadora, nuevas acciones mentales, componentes necesarios de la actividad
psíquica creadora, lo cual consiste en un verdadero efecto desarrollante de la
enseñanza.
La importancia de la influencia de la
enseñanza en el desarrollo de la actividad creadora, mediante este efecto
desarrollante, se hace evidente si se retoma la apreciación de L. S. Vigotsky
sobre el carácter evolutivo de la actividad creadora, refe-jado en su desarrollo
paulatino desde la infancia hacia la adultez: "la actividad combinadora creadora
no aparece repentinamente, sino con lentitud y gradualmente, ascendiendo desde
las formas elementales y simples a otras más complicadas, en cada escalón de su
crecimiento adquiere su propia expresión, a cada periodo del desarrollo
corresponde su propia forma de creación" (Vigotsky, 1996, p. 15).
Retomando lo expuesto, es importante
subrayar que la enseñanza dirigida a fomentar la capacidad creativa no solo debe
ser gobernada por el diseño y aplicación de las estrategias didácticas, sino
también tiene que considerar un abordaje integral de las condiciones favorables
para el surgimiento de esta capacidad.
De aquí emerge la importancia que
representa el hecho de ocuparse en la educación de las atmósferas educativas
favorecidas por las prácticas de enseñanza, que propician y fomentan la
creatividad como parte integral del desarrollo humano. "Educar en la creatividad
implica partir de la idea que esta no se enseña de manera directa, sino que se
propicia" (Betancourt Morejón, 2007), y se propicia mediante la creación de
atmósferas educativas creativas y estimulantes y la utilización de estrategias
de enseñanza apropiadas. La doctora Albertina Mitjans afirma que "la creatividad
tiene en su base una configuración compleja de recursos personológicos cuya
formación y expresión dependen de las múltiples y complejas interacciones del
sujeto en los distintos sistemas actividades-comunicación donde ha transcurrido
y transcurre su irrepetible historia individual" (Mitjans, 1997, pág. 4). El
escenario educativo, con su acontecer diario en un aula de clase, es
precisamente este espacio donde transcurre la historia individual de cada
estudiante, refejada y co-construida en unas relaciones sociales que mediatizan
el proceso de apropiación cultural.
Según Julián Betancourt (2007), las
atmósferas creativas constituyen un fenómeno psico-social muy complejo. La
atmósfera en la cual transcurren las actividades de los alumnos puede ser
cordial u hostil, fría o cálida, creativa e innovadora o rígida y tradicional;
puede fomentar o bloquear la creatividad. Estas características son determinadas
por el docente como protagonista y creador de estas atmósferas. En este orden de
ideas, las estrategias que utilizan los docentes para diseñar la actividad de
aprendizaje, al igual como las de mediación cognitiva y social, de
retroalimentación y de la comunicación y estimulación emocional y afectiva,
representan los elementos constitutivos de las prácticas de enseñanza,
permitiendo elaborar las condiciones necesarias para el desarrollo de la
capacidad creativa. Saturnino de la Torre (2003) afirma que la enseñanza
creativa debe estar dirigida al desarrollo de las habilidades cognitivas de los
estudiantes. El hecho de propiciar un pensar reflexivo y creativo en el salón de
clase permite no solo dominar y asimilar los contenidos académicos, sino
desarrollar habilidades como observar, sintetizar, relacionar, inferir,
interrogar, imaginar, dramatizar, etc. "Si la actividad creativa no es el mero
resultado de aplicar la imaginación, sino que en ella concurren todas nuestras
capacidades y habilidades mentales, el desarrollo de estas contribuirá sin duda
al crecimiento del potencial creativo" (Saturnino de la Torre, 2003, pág.
206).
Otro de los factores de gran
importancia para el proceso educativo, resaltado por algunos autores, lo
constituyen las representaciones sobre la creatividad que manejan los docentes,
y que están en la base de diferentes interpretaciones que hacen de las
manifestaciones de la creatividad en los estudiantes. (Sternberg, 1997;
Saturnino de la Torre, 2003; Martínez, 1998). Un proceso de aprendizaje creativo
se revela por una actitud activa, indagadora, reflexiva frente a los objetos de
estudio. Algunos estudios aconsejan a no considerar como negativo este tipo de
comportamiento inquisitivo y activo en clase, siendo esta conducta un indicador
de predicción de creatividad en los estudiantes (Brandau, Daghofer, et.
al., 2007). Sin embargo, a menudo los alumnos creativos son vistos por los
profesores como problemáticos y molestos, porque interrumpen la clase con las
preguntas, hacen cosas diferentes a las que exige el profesor, cuestionan y
plantean diferentes vías para hacer las cosas. Inclusive, en muchas ocasiones
este tipo de alumnos son considerados como necios, desobedientes y rebeldes
(Lynn Scott, 1999). Muchos docentes, con su actitud frente a las muestras de la
creatividad, no reconocidas por ellos, trasmiten a los alumnos el mensaje de que
esta no es bienvenida dentro del aula de clase. Westby, E. y Dawson, V. (1995)
encontraron en su estudio que el juicio de favoritos que otorgaban los docentes
a los estudiantes se relacionaba negativamente con la creatividad y, al
contrario, las características de los niños que eran calificados como menos
favoritos se relacionaban positivamente con la creatividad. Al mismo tiempo,
este dato se encontraba en conficto con los reportes verbales de los docentes
que afirmaban que preferían trabajar con niños creativos.
Esta situación que se observa muy
frecuentemente en aulas de clase contradice los principios de una educación en
pro de la creatividad, como afirma al respecto E. Landau: "debería explicarse a
los escolares que es necesaria una determinada actitud para el aprendizaje
creativo: el alumno debe saber que de él se espera creatividad" (Landau, 1987,
pág. 112).
Además del docente y de la atmósfera
creativa del aula de clase, la institución educativa emerge como otro ambiente o
contexto que permite fomentar o inhibir la manifestación creativa. En este
sentido, es de gran importancia que al nivel de la política institucional se
establece una apertura hacia las pedagogías flexibles y reflexivas, hacia
innovaciones curriculares y aportes creativos de los docentes frente a los
procesos de enseñanza-aprendizaje. También es de gran trascendencia para el
desarrollo de la institución el clima cola-borativo de intercambios y trabajo
grupal inves-tigativo orientado a sistematizar y trasmitir las mejores prácticas
educativas que fomentan la creatividad. Todas estas pueden permitir que la
institución educativa se convierta en una organización potenciadora de la
creatividad (Saturnino de la Torre, 2003; Sternberg y Lubart, 1997).
Aula taller creativo: una
propuesta intracurricular para trabajar la creatividad en el aula de
clase
La metodología del aula taller
creativo permite apuntar al desarrollo de los elementos pertenecientes a las
tres dimensiones constitutivas de la capacidad creativa utilizando los
contenidos propios del plan de estudios.
El proceso de la actividad creativa
que desarrollan los estudiantes en relación con cada temática consiste en unos
pasos consecutivos de exploración, indagación, reflexión, imaginación y
creación. Cada uno de estos pasos implica la participación de habilidades
cognitivas y metacognitivas, tales como observación, comparación, clasificación,
ordenación, evaluación, representación, etc. La exigencia y la dirección de la
actividad, en la cual está implicado el alumno que demanda la puesta en marcha
de estas habilidades y la ayuda mediacional, que suministra el docente desde las
pautas orientadoras de la acción externa proveen las condiciones necesarias para
el desarrollo de estas habilidades psíquicas. De esta manera se refuerza la
dimensión de procesos cognitivos y metacognitivos.
Al mismo tiempo, las estrategias
mediacionales que utiliza el docente, en cuanto a la estructuración de la
comunicación y la retroalimentación del proceso de la actividad, permiten infuir
sobre la dimensión afectivo-volitiva. La estructura grupal de muchas actividades
y puesta en común de motivos para la creación, al igual que una orientación al
fomento de la motivación intrínseca por parte de las estrategias
comunicacionales del docente, permiten reforzar el aspecto
motivacional.
La implicación en el proceso del
juego creativo permite al estudiante convertir el proceso de aprendizaje
relacionado con adquisición de destrezas y conocimientos necesarios en algo muy
divertido y significativo a la vez. Para despertar la motivación por aprender,
por ejemplo las destrezas de lectura y escritura en un niño, es necesario
despertar en él un interés indagatorio y curiosidad hacia la vida que le rodea,
y que el aprendizaje de estas destrezas no sea un fin en sí mismo, sino que
sirva a un objetivo superior de contar, narrar o crear relatos e historias sobre
el mundo. Es muy frecuente que el niño escriba mal porque no tiene sobre qué
escribir. Y finalmente, el ambiente del aula, permeable a la flexibilidad, que
invita a la expresión de ideas y libre creación, se constituye en un elemento
clave para la metodología del aula taller creativo.
A continuación se exponen algunos de
los principios pedagógicos orientadores que se tienen en cuenta para la
metodología del taller creativo:
1. Desarrollar desde las edades
tempranas los procedimientos cognitivos para relacionarse con el mundo exterior,
como observar, notar, recordar, comparar, identificar componentes de los
objetos, etc., con el fin de facilitar una formación de las representaciones
mentales más ricas y variadas, recurso que se evidencia en su trascripción en
distintos lenguajes simbólicos representativos.
2. Proporcionar al estudiante una
enseñanza reflexiva, donde él puede adquirir las bases orientadoras para sus
procesos de observación del mundo, de los objetos y de sus propias acciones;
aprender la representación de lo observado en diversos lenguajes simbólicos;
buscar la función de los objetos y establecer relaciones analógicas según esta;
jugar con nombres, palabras, dibujos, propiciando una paulatina separación de la
representación y lo representado, permitiendo así tomar conciencia sobre
diversas maneras de representación, llevándolo a un aprendizaje consciente y
flexible, que siembra bases para la creatividad.
3. Fomentar la adquisición de
diversos lenguajes (sistemas simbólicos de representación: dibujos, símbolos
matemáticos, musicales, etc.) como una forma de codificar la información
recibida del medio y permitir su acceso a la conciencia, como también entender
la estructura interna de las habilidades adquiridas mediante su cartografía. Los
lenguajes permiten redescribir las habilidades procesales existentes que se
adquieren en su mayoría de una manera inconsciente, en niveles de representación
sucesivos, de forma que sea posible tomar conciencia de estos y transformarlos
de modos diversos, logrando una flexibilidad controlada o voluntaria.
4. Fomentar la aprehensión consciente
de los espacios conceptuales involucrados, como también de las habilidades
adquiridas. Los poderes creativos aumentan gradualmente a medida que se
desarrolla la capacidad de variar la conducta de modos cada vez más flexibles,
reflexionando sobre lo que se está haciendo.
5. Promover el aprendizaje
significativo y re-flexivo, permitiendo a su vez que la mente del alumno, siendo
un "sistema generativo" que produce estructuras, se convierta en uno que las
describe y las trasforma: el sistema pasivo de generación según una simple
reproducción se convierte en uno activo de generación propia y
creativa.
6. Propiciar la autorreflexión
consciente o evaluación autorreflexiva, permitiendo construir las heurísticas
sucesivas de mayores niveles, logrando así una mejor guía de exploración
creativa: tomar conciencia de la habilidad y cartografar su estructura permite
adquirir la flexibilidad controlada y voluntaria que distingue un desempeño
creativo.
7. Fomentar una motivación por el
aprendizaje en general y alegría de exploración, tanto de las dimensiones de
conocimientos externos como de la dimensión interna de nuestra mente, con el fin
de encontrarse con la sensación del poder mental que proporciona el ejercicio de
la creatividad.
8. Crear condiciones para la
formación del hábito del esfuerzo mental, teniendo en cuenta que los dominios
conceptuales y heurísticos son construidos durante largos años de práctica y
pasión. Al mismo tiempo, el fomento del esfuerzo sostenido desde una simple
terminación de tareas empezadas hasta la culminación de pequeños proyectos
individuales o colectivos, de la alegría de aprender y el orgullo por logros
alcanzados, surgido desde una sana competencia del lidiador racional, permite
sembrar bases para una vida futura de interés sostenido y pasión intelectual por
aprender que distingue a un creador, que cambia mediante la transformación
propia.
Consideraciones
finales
Es posible afirmar que el estado
actual de nuestra sociedad requiere de una especial atención frente a la
organización del proceso educativo en todos sus niveles. La creación de las
estrategias pedagógicas y didácticas especialmente organizadas y orientadas al
desarrollo de la creatividad, al igual que una adecuada capacitación del
personal docente, la destinación de recursos económicos para la dotación de
ambientes y la consolidación de políticas educativas, todo esto en su conjunto,
permitirá convertir la creatividad en un bien social accesible y disponible para
cada uno de los ciudadanos comunes.
La creatividad no es una
característica exclusiva de los genios. Cualquier ser humano puede llegar al
nivel de la producción creativa en cualquiera de los campos simbólicos de la
cultura. Para esto es necesario empezar un camino en la infancia temprana, la
época que permite sembrar un profundo interés por saber o una fascinación con un
campo determinado, basado en un contacto temprano con este, acompañado por
emociones positivas.
Las actividades autodeterminadas, que
no tienen un fin distinto al de solamente realizarlas, desarrollan en el alumno
una orientación a la actividad creativa: investigar algo solo por el deseo de
saber, armar formas complejas porque apasionan los retos, querer saber sobre las
estrellas porque es fascinante mirar el cielo estrellado, concentrarse horas
mirando cómo sale debajo de sus manos distintas formas de la arcilla en un torno
que da vueltas, etc., dejan una profunda huella de interés por el mundo en el
alma del niño.
La atmósfera del esfuerzo mental,
cuando el niño está sumergido en un ambiente donde las lecturas de cuentos e
historias son algo cotidiano, donde existen conversaciones entre adultos y niños
con un genuino interés por opiniones de estos, donde existe una disciplina del
proceder en las actividades, donde el adulto enseña al niño a actuar con los
objetos circundantes, a observar, a prestar atención, etc., permite desarrollar
el hábito de autodeterminación, disciplina de trabajo, perseverancia y
orientación al logro.
Este temprano interés hacia algo en
particular, acompañado inicialmente por la motivación del placer, se convierte
con el tiempo en la motivación epistemológica de saber, y apoyándose en la
capacidad de trabajo (esfuerzo mental), en la orientación al logro, se convierte
en un motivo que permite conseguir cada vez un mayor dominio y destrezas en un
ámbito determinado.
En los procesos creativos, tanto las
dotaciones innatas como los elementos del azar que acompañan a veces los
descubrimientos o logros, no pueden actuar sin el ingrediente del esfuerzo,
persistencia, trabajo y gran conocimiento. El impulso de persistencia y
perseverancia en relación con las metas propuestas, adquirido durante los años
de estudio, permite con los años de dedicación a un propósito perfeccionar las
habilidades cognitivas y adquirir también nuevas heurísticas del pensamiento,
volviéndolo más hábil, ágil y eficaz.
Los conceptos que empiezan a formarse
desde la edad temprana son una base para la actividad imaginatoria, que permite
crear nuevas conexiones, relaciones, establecer analogías y explorar espacios
desconocidos. Mientras más complejos son los conceptos, mientras más rica es la
red conceptual entre ellos, mientras mayor cantidad de estas redes maneja la
persona, tendrá mayor posibilidad de establecer conexiones inusuales, que rompen
con las reglas establecidas. Estas conexiones primero se establecen en la
imaginación, espacio de la mente donde pueden ser posibles todo tipo de
conexiones, y solo después se materializa la idea, se lleva a la
objetivación.
En este sentido, los diez años de
trabajo duro, como el tiempo que establecen muchos estudiosos de la creatividad,
permiten llegar a desarrollar este soporte conceptual del conocimiento en un
campo determinado, que habilita que tanto los dones naturales, en caso de su
existencia, como los elementos del azar, en caso de su aparición, puedan ser
aprovechados y, mezclándose con 90% de esfuerzo y perseverancia, elaborar un
producto H-creativo (históricamente creativo).
Desde este punto de vista, el proceso
que culmina con H-creatividad, que permite trasformar y crear la cultura y
conseguir un desarrollo social mejor, empieza en el aula de clase como espacio
oportuno y adecuado para el fomento de la P-creatividad o la capacidad creativa
de cada alumno. Los progresos realizados por cada uno de los estudiantes, en
relación con su propio proceso de desarrollo de la capacidad creativa, es lo que
representa el foco del interés para la educación.
En este orden de ideas, las metas
formativas refe-jadas en los modelos pedagógicos, las representaciones de los
docentes, las características de sus estrategias mediacionales, las
particularidades del clima grupal, el ambiente del aula, la institución
educativa, etc., todos estos dispositivos emergen como elementos constitutivos,
capaces de facilitar o inhibir las manifestaciones creativas de los
alumnos.
Y por último, el aspecto del estado
de la conciencia social al respecto de la creatividad como elemento
indispensable para poder proyectar los alcances de las influencias educativas al
terreno de la sociedad en general: "Conciencia colectiva que promueve la
creatividad es aquella que promueve la tolerancia, valora la independencia de
pensamiento, presta atención a la diversidad, reconoce el esfuerzo, premia la
iniciativa, valora positivamente las nuevas ideas" (Saturnino de la Torre, 2003,
pág. 168).
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